Querida Vera,
se aproxima el momento que nos estábamos temiendo tu
padre y yo: tus primeras navidades como miembro de una institución social: la
escuela.
Hace unos días recibimos una circular en la que se nos
daban instrucciones para enfocar el asunto en el ámbito escolar y facilitarnos
a los padres la tarea del disfraz y resto de preparativos.
He de decir que, por suerte, las directoras de tu
escuela son unas mujeres muy razonables y adaptadas a los tiempos que corren,
por lo que los padres contamos con bastante libertad para abordar la cuestión desde
la perspectiva que nos dé la gana, básicamente, así que no irás de Virgen
María, ni de Ángel, ni de nada que desprenda un mínimo tufillo religioso.
La religión es un constructo social surgido del miedo del
ser humano a la muerte, de nuestra obcecación por negar lo que somos: seres con
una existencia limitada en el tiempo. Y también con una extraordinaria
capacidad (¡por suerte!) de imaginar mundos mágicos. Pero una cosa es dejar
volar la imaginación y otra muy distinta vivir instalados en una fantasía desconectándonos
por completo de la racionalidad que también nos define.
Rizando el rizo del mito con el absurdo propósito de tratar
de librarnos de la frustración viviendo en la frustración de posponer la vida
para más adelante: el cielo: el nirvana: la tierra prometida: la vida eterna… Y
de este modo, relegar eternamente nuestro compromiso con nosotros mismos,
dejando que el temor de Dios, la providencia y los designios divinos lideren
nuestros actos y delegando así nuestras responsabilidades como individuos y
como especie. Justificando en nombre de un barbudo ser todopoderoso cosas tan
horribles y tan profundamente instaladas en nuestra cultura como el pecado o la
penitencia. Por no hablar de la guerra santa o las cruzadas…
Como mecanismo de evasión y de control la religión funciona
francamente bien y, precisamente por eso, proporciona al ser humano una falsa
imagen de sí mismo sobre la que construye sus valores morales, sus estructuras
sociales, sus pautas de comportamiento, su historia y su evolución. ¡Qué error!
La vida es un destello fugaz, mi niña, un capricho de
la naturaleza, un producto del azar sin más sentido que ser vivida. Así que ¡vive,
Vera, vive intensamente! No dejes de vivir cada instante de tu preciosa existencia
desde tu primer hasta tu último día.
Te quiero,
Mamá.
PD: ¡Te va a quedar DIVINO el disfraz de cabaretera!