sábado, 17 de octubre de 2015

miércoles, 20 de mayo de 2015

Soy feminista y no me interesa una carrera profesional brillante. Quiero estar con mi hija.

Soy feminista y no me interesa una carrera profesional brillante. Quiero estar con mi hija.
Tengo estudios superiores y un currículo académico que no está mal. Estudié magisterio y soy licenciada en publicidad con premio extraordinario fin de carrera. Mis trece o catorce matrículas de honor me permitieron obtener una beca de investigación para hacer un doctorado en comunicación social y trabajar en la universidad pública durante cuatro años.
Toda mi vida ha estado vinculada al sistema educativo. Como profe (y también como alumna) he pasado prácticamente por todos los tramos de la educación ordinaria: desde infantil hasta la universidad. Siempre he sido curiosa y me ha gustado aprender. Y también enseñar lo que yo he aprendido.
No me interesa el dinero, ni el prestigio profesional. No persigo un empleo, ni una plaza, ni un cargo, ni un puesto. No me interesa que me citen en los artículos académicos, ni añadir méritos a mi curriculum. Mis motivaciones vitales son de otra índole.
No comparto el discurso social sobre la liberación de la mujer (ni de la humanidad entera) a través del trabajo. No comparto este enfoque productivista y desnaturalizado de la vida, en el que la auto realización personal y social debe pasar necesariamente por una carrera profesional estable, alienante y lo más esforzada posible. Por un tejido productivo vigoroso. Y no comparto que este sea el enfoque que se traslade y se practique en la escuela. Creo que nos lo hemos montado fatal.
Tengo una hija de tres años que cada día me da una lección de vida. Como todas las niñas, es un ser increíblemente motivado para aprender, para jugar, para actuar, para pensar, para crecer. Es una personita única y extraordinaria dispuesta a beberse el mundo con todo lo que contenga. Me gustaría acompañarla en su infancia, estar a su lado mientras va descubriendo quién es. Motivarla a ser una persona libre, crítica y honesta. Y, por supuesto, feliz.
Deseo asumir la responsabilidad de su educación, pero el estado me lo pone difícil. No me parece razonable ni pedagógico que una niña deba pasar obligatoriamente siete horas al día durante diez años o más en la escuela, para que sus progenitores puedan pasar ocho o diez en sus respectivos centros de trabajo, contribuyendo al sistema con el que no estoy de acuerdo.
No comparto esta omisión de la infancia y la maternidad, esta usurpación obligatoria del vínculo educativo entre un hijo y su madre. Y, mucho menos, en nombre del feminismo (nos la colaron pero bien, chicas). Este desarraigo temprano del entorno familiar al entorno normativo, que entiende la educación y la vida en términos económicos y competitivos. No quiero delegar la educación de mi hija a un sistema obsoleto que se perpetúa a sí mismo y cuyo planteamiento esencial no comparto. Por suerte parece que hay un despertar de las conciencias también en el ámbito de la educación y están surgiendo proyectos alternativos interesantes.
Soy feminista y madre y no me interesa una carrera profesional alienante que obligue a mi hija a entrenarse prematuramente para obtener en el futuro una carrera profesional alienante, gracias.
Ya veremos cómo me lo monto.

jueves, 12 de marzo de 2015

Tú eres brisa, mi niña

Tú eres brisa,
mi niña,
viaje alado.
Eres todas las puertas.
Y ventanas abiertas
hacia la memoria.
Regreso.
A la inocencia
que creímos extraviada.
Eres verdad, mi Vera.
Tu luz y mi nostalgia.
Eres la urgencia
de retomar anhelos
y utopías de justicia.
Eres revolución.
Flama.
Impulso.
Proclama.
Perfección.
Eres motivo y fin.
Latido contundente
de belleza y virtud
que custodiar.
Lección de amor.

martes, 10 de marzo de 2015

No te aferres, mi niña

No te aferres, mi niña,
viaja ligera
que ninguna bandera
se merece cadenas.
Deja huella.
Adéntrate profundo,
interroga, cuestiona.
Suelta tu voz al mundo.
Busca la libertad.
Y, cuando la hayas
encontrado,
no dejes de buscarla.

lunes, 12 de enero de 2015

Nannerl Mozart

A mi hija Vera ya le han hablado de Mozart en el colegio. De Wolfgang Amadeus, por supuesto. Era un genio innegable.

Ni una palabra de su hermana mayor María Anna, una niña prodigio de la música, por quien Wolfgang profesaba una profunda admiración que le llevó a estudiar música con su padre.

Wolfgang A. Mozart quería ser como ella.

Fue una intérprete brillante de clave y piano. Parece que también tenía talento para componer pero, desgraciadamente, no nos ha llegado nada de su música.

A partir de los dieciocho años, por su condición de mujer, no se le permitió mostrar más su talento artístico, pues había llegado el momento de contraer matrimonio.

Se casó cumpliendo los deseos de su padre, se dedicó al cuidado de los cinco hijos previos de su marido y otorgó por deseo paterno la crianza y educación de su hijo mayor a su progenitor.

Para mí como mujer y como madre de una niña todo esto es muy frustrante. No estaría de más que se empezara a contar la historia completa, que desgraciadamente excluye sistemáticamente la historia de las mujeres.

No tengo esperanzas de que le cuenten nada de esto a mi hija en el colegio. Así que ya se lo he contado yo.

Estoy hasta el coño de perpetuar el sistema.

jueves, 2 de octubre de 2014

En el origen todo era juego

En el origen todo era juego.
Sorpresa y recreo en bucle.

Todo era acto, 
en el origen
y todo: era,
en potencia.

En el origen todo era caos.
Vorágine y babel,
sugerente universo
desplegable
en infinitas posibilidades.

Todo era potencia,
en el origen
y todo: era,
en acto.

En el origen todo era rebelión.
Todo era destruible y construible.
La vacuidad de plenitud sedienta.
La plenitud sin vanidad abandonada,
para volver,
al origen.

En el origen todo era regreso.

Todo era deseo en el origen.
Deseo de ser
y ser en el deseo.

Ven conmigo al origen,
aún tenemos tiempo.