martes, 6 de septiembre de 2011

Las cosas que importan

Querida Vera,

hoy he ido a comprar baberos que, según me han contado, nos van a venir muy bien durante algún tiempo. Al entrar en la tienda, la dependienta me ha puesto una mano sobre la barriga: “te voy a decir lo que traes”, y con un convencimiento clarividente ha resuelto: “es una niña”.

- ¿Cómo lo sabes?
- Hazme caso, nunca fallo.

Luego he tardado cuarenta y cinco minutos en elegir seis baberos 100% algodón y me he dirigido a la caja: “no te llevas ni uno rosa”, me ha reprendido la dependienta-pitonisa. No es que tenga nada en contra del rosa; tú aún no lo sabes y pasará algún tiempo hasta que empieces a darte cuenta, pero todo el mundo intentará vestirte de rosa y otras costumbres bastante absurdas: como agujerearte las orejas o llenarte de lazos, tratando de asignarte una identidad, mucho antes de que tú empieces siquiera a sospechar quién eres.

No lo hacen con mala intención: a las personas mayores les ponen nerviosas las cosas que no tienen nombre, por eso con frecuencia necesitan ponerle etiquetas a todo: para sentirse más seguras. A veces se equivocan. A veces se equivocan mucho. Y casi siempre pierden demasiado tiempo clasificando, catalogando, encasillando.

Te voy a contar un secreto sin que se enteren los mayores: lo que se puede encasillar, catalogar y clasificar fácilmente no importa demasiado.

Las experiencias importantes son las más difíciles de explicar. Cuando te topes con una, te recomiendo no intentar ponerle nombre: lo mejor es sumergirte en ella sin miedo, sin tratar de definirla demasiado. Son esas “cosas” sin nombre que te traspasan las que, paradójicamente, te ayudarán a encontrarte un poco más, a identificarte y a reconocerte. Y no un lazo, un agujero en la oreja o un babero rosa.

Pero de todo esto, ahora puedes enseñarme a mí más que yo a ti, porque todavía no tienes prejuicios: eres transparente, nítida e indefinida: Vera, como las cosas que importan. Y vienes colmada de tu propia esencia: mía es, en gran medida, la responsabilidad de observarte con respeto, de desentrañarte, de asistirte en tu tarea de reconocerte, a base de sumergirme contigo en “las cosas que te importan”. Sin imponerte de antemano una censura de lazos y adornos.

Estaré muy atenta para intentar no perder el tiempo en ponerle nombre a las cosas que no importan y así dedicarlo contigo a las cosas importantes. Y, bueno, espero hacerlo lo suficientemente bien como para que algún día puedas lanzarte tú sola.

Pero por el momento no te preocupes, que nadie te va a agujerear las orejas, hasta el día en que tú misma irrumpas con un: “¡mamá, me he hecho un piercing!”. O no; ¿qué importa eso?

Te quiero,

Mamá.

2 comentarios:

  1. Precioso y muy certero. Paradójicamente, quien más etiqueta suele ser quien más molesto se muestra al recibirlas, sean del tipo que sean. Seguir un estereotipo es tan fácil que eso nos evita el pensar, y lo rosa/azul para niñas/niños está tan estandarizado que hasta rechina. Por suerte, siempre hay excepciones. Y me alegro de que seáis una de ellas. :)
    Luego están los niños a los que les gusta el rosa y remarcan la primera persona en sexo femenino, pero eso ya es otra historia. :P Sí, el mío lo hace. XD

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  2. Hay que dejar que los niños expresen lo que son, sin tanto prejuicio. Creo que les debemos un profundo respeto, especialmente mientras están formando su identidad, cuando son más vulnerables, y no comparto la actitud de esos padres que vuelcan todas sus frustraciones en sus hijos intentando hacer de los niños lo que ellos no pudieron ser.

    Me alegro que te guste :)

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